Llevaba ya varias horas batiéndome con feroz tesón frente
las interminables e infatigables embestidas que Neptuno lanzaba en su
inmisericorde rabia contra las ya abatidas y desoladas costas de mi tierra.
Sin desfallecer y siempre con la moral alta, me mantuve
firme ante los embates de aquel
rencoroso y
mezquino “Dios de los mares”. Sin embargo el esfuerzo continuado
durante horas comenzaba a cobrarse su precio, notaba como mis músculos
empezaban arder y a perder poco a poco su fuerza y velocidad.
Pero fue cuando el
ímpetu de sus acometidas comenzó a
disminuir, que cometí el fatal error que lamentaría por mucho tiempo y hasta el
día de hoy todavía me asalta en mis sueños. Imbuido por una falsa sensación de
triunfo, me dejé llevar por la emoción
de tal magna victoria, bajando la guardia… para mi desgracia. Fue entonces que,
ese malhadado Neptuno aprovechando mi dejadez, lanzó a la más temible de sus
criaturas marinas contra mí. El Kraken.
Antes de que pudiera reaccionar, sus enormes e infernales
tentáculos se lanzaron violentamente contra mi cuerpo desnudo, causando
instantáneamente ardientes quemaduras en el torso y la cara. Pillado por
sorpresa e incapaz de vencer en mis condiciones a aquel monstruo de la
naturaleza, me revolví bajo las aguas como pude para librarme de sus
tentáculos.
En cuanto noté que se liberaba la presión sobre mi cuerpo
comencé inmediatamente a nadar con todas mis fuerzas en dirección a la orilla, sin mirar atrás,
sabía que solo tenía una oportunidad para escapar y dependía totalmente de la
rapidez con la que pudiera alcanzar tierra firme.
No recuerdo como pude salir del agua, ni alcanzar refugio
seguro, apenas podía ya abrir los ojos, ni apenas pensar de forma lúcida. De aquellos
momentos solo recuerdo ese inmisericorde ardor que recorría todo mi cuerpo y
que por poco me hace perder la cabeza.
Repasando aquellos trágicos momentos solo puedo recabar
cortos destellos de claridad. La mayor parte me ha sido relatada por otros que
pudieron ver desde cerca mi indigna huida. Por lo visto, apenas pude llegar a
la casa de socorro por mi propio pie. Con los escasos medios disponibles, me
limpiaron las graves heridas que recorrían todo mi cuerpo como bien pudieron
mientras esperaban una ambulancia que me llevara a un centro médico. Una vez en el centro de
salud me administraron una fuerte dosis de urbason para luchar contra los
efectos de las venenosas esporas que aún permanecían en mi cuerpo.
Una vez administrado el agente antialérgico me pudieron
trasladar a mi casa, donde permanecí en reposo hasta que con tiempo y paciencia
y no sin una gran dosis de dolor, me pude recuperar casi totalmente del ataque.
Digo bien, casi totalmente porque aunque no tengo secuelas físicas del ataque, uno
jamás se recupera del ataque del Kraken.
Es solo ahora, con la perspectiva del tiempo y la sabiduría
de la edad, que me he atrevido, no sin reservas y con el apoyo de aquellos que
me rodean, a escribir ésta mi épica historia, de cómo sobreviví al ataque de
una medusa cuando estaba de vacaciones
en la playa.
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